La
clase media no puede pagar la luz: se siente planera. El Gobierno resbala y el
kirchnerismo tiene la certeza de volver a hablarle a la mayoría de la sociedad.
(Por Damián Selci)
Planeros,
planeros por todas partes
Después de la Reforma Previsional, “tarifazo” es la
contraseña de la oposición. Tiene la virtud de ser un eje muy genérico y de atacar
una constante de la política macrista. Hay que recordar que en el lejano año
2016 la palabra para aumentar las tarifas de los servicios públicos era
“sinceramiento”. Aunque este tópico era tomado de manera irónica por la
oposición, igual terminaba siendo “el” término predominante de la coyuntura, su
clave explicativa. Pero a nadie se le ocurriría hoy decir “sinceramiento”. Ni
en broma. No hay margen –ahora se dice “tarifazo”. El aumento de los servicios se
traduce gramaticalmente en un sufijo aumentativo. Esta victoria de la oposición
se recuesta sobre la victoria anterior de la Reforma Previsional: la política
del Gobierno consiste en la idea de que hay que tomar medidas duras pero
necesarias, pero el problema es que el tarifazo ha dejado de parecer
“necesario”. Parece caprichoso. Parece violento. Y esto cambia todo.
¿Qué ha cambiado? La clase media ha empezado a sentir
que su plata no vale. La filosofía política del cualunquismo empieza por un
axioma: “yo pago mis impuestos”. Con este salvoconducto, la clase media puede
argumentar que pertenece a la sociedad. Es la carta de ciudadanía, lo que
permite hablar, ser un actor político: pago mis impuestos, y entonces tengo
derecho a insultar al Presidente o a quien sea. La derivación por derecha se
escribe sola: los “villeros” no pagan impuestos, se cuelgan de la luz y así
están robándole a la sociedad, de modo que el Estado no debería darle ninguna
ayuda, porque entonces le está dando derechos a delincuentes. El razonamiento no
tiene misterios: la sociedad está dividida entre los ciudadanos que pagan sus
impuestos y los vagos que no los pagan, viven de subsidios del Estado y
pretenden tener derecho a cortar una calle y protestar. De un lado está la
gente, del otro los planeros. (Como es obvio, en Argentina no hay ningún
problema con cortar la calle, hacer piquetes o movilizar, siempre que esto lo
hagan quienes pagan impuestos, la llamada gente común, y no los planeros, que
no tienen la dignidad de ciudadanos, sino el estigma de extranjeros.)
Aparece, entonces, el problema cultural: si la clase
media no puede pagar la luz, entonces se convierte en una clase menesterosa,
que requiere ayuda del Estado. Se vuelve planera a la fuerza. No es solamente
que le resulte impagable en términos económicos. Además, pierde la carta de
ciudadanía: pierde derechos políticos. Y esto es el horror.
La
clase media merece el Paraíso, y de hecho se dirige hacia ahí, pero no puede
pagar el transporte
La pantomima de los radicales yendo a la Rosada para
negociar alguna ventaja para la clase media tuvo un efecto cómico. El senador
Mario Negri ni siquiera mereció la dignidad de una conferencia de prensa en un
salón oficial. Declaró de parado ante la custodia del humillante Massot, que en
una involuntaria confesión televisiva había dejado entender que los radicales
eran un socio muy menor en la coalición oficialista. En esas magras condiciones
se rubricó el pacto: Mario Negri, el Emilio Pérsico de la clase media, logró el
pago de la luz en cuotas. También en este caso la conquista arrebatada al
Gobierno sabe a poco.
Entonces aparece, o debe aparecer, Elisa Carrió: la
voz gutural de la clase media. Pero en vez de echar rayos por los ojos, Carrió
se pone a hacer equilibrio entre la imposibilidad de pagar el tarifazo y el
peligro de que los kirchneristas capitalicen el descontento. La representación
de la demanda ocurre de manera muy incompleta. Queda echar mano del troll
center de Marcos Peña, que se abalanza sobre las redes con la teoría de que La
Cámpora se infiltró en Edenor y Edesur para manipular las tarifas y volverlas
impagables. Es decir, el Gobierno decidió que en el tema tarifario sólo
recibirán explicaciones los antikirchneristas delirantes y furiosos. Para la
gente común, ajo y agua: Federico Pinedo declaró que estábamos ante “el último
gran aumento” y que en mayo las cosas mejoraban, y que todo seguía siendo culpa
de Cristina y el populismo, pero esta línea ya evidencia la vocación de
retroceder.
Inexistencia
del PJ como problema y existencia de Cristina como solución
Mientras tanto, el kirchnerismo avanza y convence. El
tarifazo se ha vuelto su propio medio de comunicación de masas. Hace dos
semanas, Luis Majul se preguntaba por qué, si Lula estaba preso, Cristina
seguía libre. Es notable que la persecución no haya avanzado nada con ese
precedente tan cercano. No se habla de Los Sauces, no se habla del PJ, se habla
de lo que quiere Cristina. Diciendo “tarifazo”, el kirchnerismo vuelve a tener
la certeza de que le habla a la mayoría de la población. Esto configura un
éxito incalculable en las actuales circunstancias. Y en parte se debe a que
Cristina no dedicó ni un minuto de su tiempo a hablar de la cortina de humo de
Barrionuevo, Servini y demás. Tampoco las candidaturas son un tema convocante, ni
el volátil y sentimental tópico de la “unidad del peronismo”. Hay poco espacio
para comunicar en el macizo régimen macrista, y cada segundo debe usarse para
lo más útil, es decir, para hablar de los temas que permiten acumular poder. Los
movimientos tácticos de Cristina son ejemplares en esta fase y merecen una
imitación más generalizada.
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