por Pablo Natale, para La voz del interior
(septiembre 2013)
Hay un cuento largo, brillante y tedioso de Foster Wallace en el que retrata una reunión de marketing
en una jerga críptica
y alucinada; están los poemas de Gambarotta, García Helder y, sobre
todo, Poesía Civíl, de Sergio Raimondi, el mejor
libro que une poesía, industria, economía y Estado en estas tierras;
están aquellos momentos luminosos y agobiantes de la prosa de Juan José
Saer, cuando le dedica páginas y páginas a la descripción de, por
ejemplo, un partido de billar, y finalmente está El campo y la ciudad,
aquella obra clave en el pensamiento de
Raymond Williams.
Citando esa tradición, en los seis cuentos de Intercambio
sobre una organización, el primer libro de Violeta Kesselman,
no leemos la historia de amor entre tal y cual, el cuento
de la princesa tal, los días anémicos y vacíos del joven XXX,
ni las grandes e inverosímiles aventuras del doctor XXY. En
una prosa programática que actualiza las diferentes variantes
literarias de lo que se ha dado en llamar “objetivismo”, Kesselman
pone el centro de atención en la militancia, la pobreza, el
cooperativismo y los dilemas, tensiones y conflictos en los procesos
alternativos de organización y producción.
En sus tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia afirmaba que un
cuento siempre cuenta dos historias: por ejemplo, el relato (1) de
un tipo que va al casino, que esconde y construye a su vez el relato (2)
de su suicidio. La operación narrativa de Kesselman
consistiría en lo siguiente: el tipo tiene o desearía tener alguna
relación administrativa con el Estado. El lugar al que va no es el
casino, sino a una reunión de personas que buscan formar una cooperativa
que produce y vende anotadores. La narración no se preocuparía en
construir el relato del suicidio futuro del tipo: Kesselman dejaría
abierto un final relativamente positivo o negativo y se centraría en los
problemas, decisiones, dudas, inconvenientes burocráticos y agentes que
intervienen en la formación de la cooperativa y en la elaboración de
anotadores. “Prehistoria productiva de un objeto”, se llamaría (y de
hecho se llama) el relato. Lo que importa no son los individuos y sus
pasiones novelescas, sino las decisiones que se toman y se sostienen en
sentido colectivo en los sistemas alternativos de organización,
parecería decirnos Kesselman. Había una vez el capital, dijo alguna vez
Carlos Marx: Kesselman nos recuerda que ese es el fantasma que sigue
soplando detrás de nuestras vidas.
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