miércoles, 2 de octubre de 2013

El fin del realismo. (Reseña de INTERCAMBIO SOBRE UNA ORGANIZACIÓN, de Violeta Kesselman)

por Pablo Natale, para La voz del interior 
(septiembre 2013)



Hay un cuento largo, brillante y tedioso de Foster Wallace en el que retrata una reunión de marketing en una jerga críptica y alucinada; están los poemas de Gambarotta, García Helder y, sobre todo, Poesía Civíl, de Sergio Raimondi, el mejor libro que une poesía, industria, economía y Estado en estas tierras; están aquellos momentos luminosos y agobiantes de la prosa de Juan José Saer, cuando le dedica páginas y páginas a la descripción de, por ejemplo, un partido de billar, y finalmente está El campo y la ciudad, aquella obra clave en el pensamiento de Raymond Williams. Citando esa tradición, en los seis cuentos de Intercambio sobre una organización, el primer libro de Violeta Kesselman, no leemos la historia de amor entre tal y cual, el cuento de la princesa tal, los días anémicos y vacíos del joven XXX, ni las grandes e inverosímiles aventuras del doctor XXY. En una prosa programática que actualiza las diferentes variantes literarias de lo que se ha dado en llamar “objetivismo”, Kesselman pone el centro de atención en la militancia, la pobreza, el cooperativismo y los dilemas, tensiones y conflictos en los procesos alternativos de organización y producción. En sus tesis sobre el cuento, Ricardo Piglia afirmaba que un cuento siempre cuenta dos historias: por ejemplo, el relato (1) de un tipo que va al casino, que esconde y construye a su vez el relato (2) de su suicidio. La operación narrativa de Kesselman consistiría en lo siguiente: el tipo tiene o desearía tener alguna relación administrativa con el Estado. El lugar al que va no es el casino, sino a una reunión de personas que buscan formar una cooperativa que produce y vende anotadores. La narración no se preocuparía en construir el relato del suicidio futuro del tipo: Kesselman dejaría abierto un final relativamente positivo o negativo y se centraría en los problemas, decisiones, dudas, inconvenientes burocráticos y agentes que intervienen en la formación de la cooperativa y en la elaboración de anotadores. “Prehistoria productiva de un objeto”, se llamaría (y de hecho se llama) el relato. Lo que importa no son los individuos y sus pasiones novelescas, sino las decisiones que se toman y se sostienen en sentido colectivo en los sistemas alternativos de organización, parecería decirnos Kesselman. Había una vez el capital, dijo alguna vez Carlos Marx: Kesselman nos recuerda que ese es el fantasma que sigue soplando detrás de nuestras vidas.

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