por Damián Selci
Un joven ciudadano
argentino se levanta a la mañana, prende la computadora y lee: “hay que
terminar con el business del país
dividido”. ¿Qué debe entender? Que la batalla cultural, el relato, la
confrontación, la polarización, no conmueven ni convencen: serían solamente el
negocio simbólico de unos charlatanes que “ya no tendrían de qué vivir” una vez
concluida la etapa kirchnerista. Semejante desenlace, por otro lado, estaría al
caer: un nuevo tiempo histórico se anunciaría en el horizonte, un tiempo no
antagónico, más pacífico, menos ideológico, más viable. En otras palabras, un perfumado pero falso 1983, apoyado en
una épica moderada y provisto de su respectiva “teoría de los dos demonios” –ahora
aplicada al kirchnerismo y a Clarín, esos enemigos fanáticamente enredados en
su guerra de elites, combatiendo a espaldas de la gente, etc. Y bien, después
de pensarlo un poco, el joven ciudadano argentino entiende el mensaje: lo que
le están vendiendo es un neo-alfonsinismo pragmático, sin Trova Rosarina ni levantamientos
carapintadas, cuya máxima reza: “con la unidad
se come, se cura y se educa”. Así la Paz sería, volvería a ser la base de la
Administración (también a la inversa: sólo con Administración tendríamos Paz).
Pero la tesis de que “un
país dividido no resulta viable” es mentira. Simplemente falsa –Estados Unidos,
por ejemplo, está efectivamente “dividido” en republicanos y demócratas; los
primeros tienen un 40% del electorado, los segundos un 45%, y el resto oscila y
define al presidente. Como todos sabemos, los republicanos son muy distintos a
los demócratas; tienen concepciones diametralmente opuestas no sólo acerca de
cómo debe manejarse la política tributaria o la salud pública, sino también
sobre los derechos de los homosexuales, el rol de los afroamericanos, la
crianza de los hijos, etc. Mutuamente se enfrentan siempre que pueden. Ahora
bien, ¿Estados Unidos es un país “inviable” por esto? No parece. ¿Lo es
Inglaterra, dividida política y socialmente entre laboristas y conservadores? ¿Y
Francia, partida entre una centroizquierda atea y una centroderecha
ultracatólica? Es reconfortante, reconfortante pero ilusorio, pensar que no
existe la discusión política acalorada en estos países –a los cuales no
podríamos calificar de “inviables” probablemente en ningún sentido del término. Naturalmente, la institucionalidad actual de Estados Unidos es producto de luchas
internas del pasado ya saldadas, lo cual brinda un piso de “normalidad” más
que evidente; pero la discusión, la división, la batalla cultural no es de ninguna manera un negocio, y la
calificación de “business” debería ser descartada in limine como un exabrupto fuera de lugar. La discusión política
es una práctica cultural característica de la civilización moderna, que los
ciudadanos pueden ejercer educadamente, esto es, con pasión y sin recurrir a la
violencia verbal o física –tal como puede leerse en el relato de Joyce
“Efemérides en el comité”, donde un grupo de militantes, en plena campaña para
las elecciones municipales, debate febrilmente sobre el legado de Parnell: para
cerrar el altercado, uno de ellos recita un poema en honor a líder
revolucionario, y luego le preguntan al conservador si las loas le parecen
buenas o malas, a lo cual éste responde: “Una fina pieza literaria”.
No hay ningún “negocio
del país dividido”. El verdadero “negocio”
(del establishment) es el país en crisis –ahora podemos por fin (quizá)
hablar literalmente. Las clases dominantes argentinas han tenido una sola idea
en la historia, un solo intento serio por construir un Orden Social (esto es, un
modelo económico que tuviese su correlato superestructural en una
institucionalidad duradera): el modelo agroexportador. Duró desde 1880 hasta
1930. Luego, no se les ocurrió nada más. Desde entonces la única “política
económica” que se permitieron fue la especulación
mediante crisis recurrentes. La mecánica es conocida: obtener dólares con
la exportación de materias primas, acumularlos fuera de la banca pública,
presionar al gobierno para forzar una devaluación de la moneda, en otras
palabras provocar una crisis –y
luego, con los dólares atesorados, el peso devaluado y el presidente depuesto,
comprar todo a mitad de precio… Del lado del pueblo, desocupación y pobreza;
del lado del establishment, ¡dólares contantes y sonantes!, ahorrados
celosamente en cuentas en el exterior, con los cuales se financia la bendita
“reactivación” –el reinicio del ciclo económico, con la pequeña salvedad de que,
por la crisis, los salarios están por el piso y la acumulación de capital se
realiza con todo esplendor y sin ningún riesgo. Debemos notar que,
célebremente, la recurrencia de esta práctica no le ocasiona al establishment el
menor inconveniente moral (de hecho, la blanquean: en una entrevista del 31 de
agosto para La Nación, el periodista
define al pasar al banquero Jorge Brito como alguien que “creció en las
crisis”, como si fuese natural hacerse millonario con la quiebra del país y la miseria
de la gente). Por supuesto, la crisis puede ser un excelente negocio, pero no
constituye un modelo económico en ningún sentido del término (ni liberal, ni
conservador) y su aplicación supone una premisa política siniestra: la
inestabilidad institucional, la fatal necesidad de que los presidentes
(democráticos o militares) vuelen por el aire cada cierta cantidad de tiempo –cada
vez que los precios de la economía vuelven a ser relativamente altos. Sin
proyecto desde hace casi un siglo, el establishment se limita a saquear y
especular; este negocio dinamita la posibilidad de instaurar algún orden social
en la Argentina y, por consiguiente, es lo contrario de la paz. Basta con
observar la historia de la sucesión presidencial en nuestro país.
En el actual contexto político-económico,
la idea del “business del país dividido”, ¿qué puede revelarnos, aparte de una
nueva prueba de la identidad dialéctica entre pedantería y candor? ¿Sergio
Massa va a poner paños fríos en las discusiones entre el sobrino kirchnerista y
el tío macrista? Sobre todo, ¿cuál es el problema? Los que piden calma
entonando salmodias pacifistas al estilo de Nelson Castro, pero también los que
se ríen de la batalla cultural y la parodian incansablemente en sus cuentas de
Twitter, en realidad exigen algo más intranquilizante y menos gracioso: que los
kirchneristas se callen la boca (cosa que puede evidenciarse toda vez que alguien
les discute algo: van de la distancia irónica a la indignación de peluquería –y
vuelven, como un péndulo). Hipnotizados por su propio ingenio, se entretienen
reclamando el retorno del aburrimiento, los políticos grises, los
ministros-fusible, los temas tabú… ¿Así es el país que quieren? Amén del hastío
cultural que genera la sola idea de vivir en una nación donde no se puede
discutir sin ser estigmatizado, es preciso desgarrar el velo ideológico que
permitiría semejante hegemonía del sosiego: la “paz social”, que significa la
eliminación de los conflictos político-económicos, o bien es el resultado del
triunfo aplastante de una fuerza social sobre otra, o bien es una ficción
narcótica que nubla la confrontación sin disolverla: y esto último sólo puede
lograrse mediante una cosa, la Deuda. Para eliminar las retenciones sin producir
la quiebra instantánea del fisco, hay que endeudarse. De tal modo, por ejemplo,
“el campo se reconciliaría con el conurbano”. Muy bella imagen. Esta es la congruencia
sombría entre el budismo verbal de Massa y el programa económico que esbozó en
sus reuniones con empresarios: la base material de la Paz no es la
Administración (o sea, la “gestión”), sino la Deuda –porque la única forma de
tener a “todos contentos” es eximiéndolos de pagar impuestos, cosa que
obviamente genera un agujero fiscal cuyo llenado deberá realizarse de algún
modo. Acá está lo que los autodenominados pos-kirchneristas, con todo su
romanticismo a cuestas, no llegan a pensar: cuál es el instrumento económico
que destrabaría la confrontación supuestamente “inútil” en que se enfrasca el
kirchnerismo.
El “negocio del país
dividido” no es más que una apariencia que distrae a los lectores sobre la
acechanza del verdadero e histórico negocio del establishment: la crisis. El
reciente editorial de la revista Crisis (publicación
que, como se verá, no logra comprender su propio nombre: ver acá)
es una muestra palmaria de esta desorientación: una vez manifestada la
inquietud de “entender la época”, los editorialistas se compran entera la
agenda Clarín-Massa y nos hablan un poco poéticamente de la corrupción, “la crisis
que corroe los salarios”, la promesa massista de “reconciliar república y
peronismo”, “menos relato y más cloacas”, “cierto fondo de verdad que clama por
un capitalismo previsible y viable”, todo esto basado en una premisa: “Moral y
gestión son las dos palabras del momento”. La redacción sentenciosa, solemne y
llena de lugares comunes cohíbe el pensamiento de los editorialistas al punto
de presentar la sucesión política desde el 83 en adelante como una serie
inocente donde los relatos alfonsinista, menemista y kirchnerista “caen por la
economía”, sin preguntarse en ningún momento cuál es el negocio que el
establishment busca en cada caso. Podríamos pensar: ¿les falta agenda, o
son oportunistas que se acomodan para donde sopla el viento? –pero esto es
secundario: lo importante es que (al igual que la mayoría de los analistas
políticos) carecen de una noción conceptual-histórica de lo que requiere un
orden social para instituirse. Y por ende se inhabilitan para formular la cuestión
de fondo: dado que en la Argentina “el negocio es la crisis económica”, la principal
amenaza para la constitución de un orden social “normal y previsible” no
proviene del pueblo ni de la batalla cultural kirchnerista, sino del
establishment. Esto es lo que habría que pensar.
5 comentarios:
el viraje de la revista crisis es notorio. durante 2011/2012 fue un espacio que supo plantear una serie de discusiones interesantes: el consenso de los commodities, el mundo de lo trucho, la violencia en los márgenes, la basura y el "capitalismo punk", etc. es lamentable, ahora, leerlxs reclamar a viva voz una restauración de la "normalidad" (léase conservadora) bajo el ingenioso y derrotista lema de "sciolismo o barbarie"...
Che, ¿por qué no tratan de discutir, en lugar de "denunciar" giros derechistas, oportunismos, y no sé que más? ¿Tan en bolas están en este momento? ¿No es una época para abrir la discusión y ampliar un poco el campo de interlocutores, en lugar de seguir creyendo que tienen la vaca atada? La editorial de Crisis que "denuncian", lejos está de ser clarinista. Mirá como termina:
"El desafío, el único importante, es entender la época.
La moral progresista supo ser el lenguaje de los ochenta, hasta que la estúpida economía contestó con el bolsillo.
El pragmatismo gerencial interpretó con picardía el aluvión financiero de los noventa, hasta que un tornado callejero arrasó la ciudad y el jefe de personal se rajó en helicóptero.
Kirchner fue quien entendió el 2001. Le alcanzó el gas para descomprimir el juego y abrir el campo de posibilidades. Pero el horizonte permanece lacrado por todo tipo de cerrojos, que ni siquiera hay voluntad de admitir. Lo que viene no está claro. La alquimia del presente no da para el renacimiento de lo viejo."
lo notable es que haya lectores que interpretan que el título "sciolismo o barbarie" está reclamando la "normalidad" en vez de planteando un discusión a partir de un recurso estilístico
Es increíble que la revista Planta pueda correr por izquierda a alguien. Se hicieron kirchneristas anteayer y ahora se convirtieron en los comisarios ideológicos de los que supuestamente se corren de la línea oficialista. Todo esto, por suerte, no sale de los límites de ese pequeñísimo microclima de la facultad de letras (incluye a los que la critican) y los amantes de la poesía de los 90.
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