Los
que se preguntan si “hay 2019” ahora son los de Cambiemos. Cotiza por arriba
del dólar la intransigencia kirchnerista, rubricada ayer en un triunfo
legislativo contra los tarifazos (el primero en mucho tiempo), evidentemente
eficaz y seductor para la sociedad.
por Damián Selci
La
devaluación de los analistas políticos
Quizá sea pronto para decir: ha terminado la política
de Cambiemos, y empezó la política del FMI. Pero la velocidad del deterioro del
macrismo envejece todas las caracterizaciones (y todas las cotizaciones).
Cambiemos era la nueva derecha, la nueva comunicación, hasta que aparecieron
Cavallo y el FMI. En dos semanas no quedó nada. Todos los elogios a la
capacidad política del macrismo, todos los “no tenemos que subestimarlos, hay
mucho que aprender de ellos”, son ahora papel mojado. Más bien habría que
pensar lo contrario: los kirchneristas tienen mucho que aprender de sí mismos.
En vistas del caos en que se sumergió Cambiemos, las virtudes de Néstor, de
Cristina y de todos los compañeros que los acompañaron brillan con indómita
luz. Las odiosas comparaciones funcionan: es ahora evidente que los
kirchneristas son mucho mejores de lo que creían. Con cierto asombro, descubren
que sabían más de economía y más de política y, sobre todo, más de historia
argentina, que todos los demás actores y opinadores, incluido Durán Barba. Luego
de la “autocrítica tan necesaria” (el entrecomillado es una forma de asepsia),
debe ser el momento de la anti-autocrítica: de asumir la impactante revelación
de no ser los peores, sino, tal vez, los menos peores de todos. Esta es la
corriente emocional que se vuelve posible: luego de varios años de escarnecimiento
por derecha, por centro derecha, por centroizquierda y por izquierda, y por
“auténtico peronismo”, y por “no sean sectarios” y por “el kirchnerismo no supo
interpretar las nuevas demandas”, luego de todo eso resulta obvio que los
críticos del kirchnerismo eran peores que el kirchnerismo. Y que es el momento
de, digamos así, salir de clóset.
Porque, en fin: los que guardarán las formas ahora, o
borrarán con el codo lo escrito con el teclado, son los analistas políticos. Su
estrella se apaga en el firmamento intelectual. Pensemos: es un lugar común la
crítica a los analistas económicos, que jamás aciertan en sus predicciones,
pero insisten en repetirlas –y en repetir la receta: más ajuste, demos
seguridad a los inversores, escuchemos a los mercados… Esto configura un tópico
habitual en los escritos de Zaiat y Scaletta, y por cierto en los discursos de
Kicillof. A la vista de los acontecimientos, falta agregar el sentido común
contra los analistas políticos: jamás aciertan sus pronósticos, pero nunca se
abstienen de hacerlos, y siempre recomiendan lo mismo –moderación, recostarse
en el PJ, no darle bolilla a la militancia, buscar acuerdos con la derecha,
ponerse en el lugar de Roxana Bertone... Es poco lo que se ha calibrado todavía
en cuanto a los daños que causa la pronosticología política. Deben ser lesiones
en la conciencia pública equivalentes a los informes económicos de Broda, Bein
o quien fuere.
La
palabra que nadie dice: crisis
Pero bien, si con la devaluación del peso se devaluó
Natanson, ¿quién ha triunfado? Podríamos decir, lacónicamente: el pasado.
Podríamos resumirlo en una frase: “Argentina es Argentina”. Esto es lo que la
militancia sabe y los analistas políticos desearon y lograron olvidar, y ahora
recuerdan con la fe de los conversos: la Historia existe, es decir, Mauricio es
Macri, o sea, la derecha jamás será de otro modo que como siempre fue en
Argentina: corrupta, represiva, depredadora y criminal. Y además, inepta. No hay acá, no hubo, un
Pinochet o una Thatcher. No se hace manejo de crisis por la vía del liderazgo
político. Las crisis explotan. ¿Estamos en las puertas de una crisis? Nadie lo
dice. Pero es la palabra que falta en la coyuntura. Ya venimos hablando de
dólar, Cavallo, FMI. Los analistas políticos se vuelcan en masa, por estas
horas, a apostar todos sus bonos en el activo “Argentina es Argentina, la
historia se repite, es la economía, estúpido” y todas esas frases huecas que
aparecen y desaparecen de los portales según sople el viento. Sin embargo, la
historia precisamente en este caso no
se repite. Macri, es cierto, habla el viejo idioma del ajuste: esto es
inevitable, es preventivo, es duro pero las cosas van a mejorar, etc. Los
especuladores se comportan como siempre: estimulan la corrida y se abalanzan al
saqueo financiero, mientras se pueda. Clarín hace lo de siempre: borrarse. El
único dato nuevo es la existencia de una oposición prestigiosa, que claramente
no forma parte del sistema neoliberal, que no votó las leyes que llevaron a
esta situación, que prefirió ser “testimonial” en el duro bienio 2016-2017 para
llegar fortalecida precisamente a esta
fase y a este momento –el momento donde el relato macrista se resquebraja y
todas las miradas buscan un punto fijo que no oscile con la cotización de las
Lebac. Se minusvalora siempre el hecho de tener razón en política, como si “no
bastara”, y este razonamiento pasa por ser muy pragmático y realista. Pero
cuando hay una crisis de confianza generalizada, haber tenido razón, poseer un
currículum ajeno al macrismo y sus prebendas, permite justamente algo
importantísimo: hablar –y hablar
cuando calla el troll center es convencer, tener poder.
Entonces: hay que pedir un aplauso para la táctica
intransigente kirchnerista, y sobre todo en este momento, en donde el macrismo
comienza a tener mal olor (tal como obviamente iba a suceder) y la sociedad
experimenta deseos de taparse la nariz –y, poco después, un poco de aire puro. En
definitiva, la auténtica victoria no sería renovarse para ser aceptados otra
vez por la sociedad, sino justamente no
renovarse y convencer a la sociedad de que acepte la “solución kirchnerista a
los problemas de los argentinos” como la mejor de todas, la que mejor sintoniza
con la idiosincrasia nacional. No hay que “volver a enamorar a la sociedad”,
hay que ofrecer el duro trabajo de la toma de conciencia: a fin de cuentas, si
el kirchnerismo va a volver, no es para garantizar la continuidad del ciclo
depresivo argentino (crecer, distribuir, crisis de dólares, crisis política,
cambio de gobierno, neoliberalismo con valores republicanos, luego sin valores,
luego crisis, luego crisis política, regreso al “populismo”), sino a la
inversa, para cortarlo: no la historia circular sino la historia de la
liberación nacional, que por cierto podría comenzar en cualquier momento
–también en 2019, porque el contexto internacional da para todo, lo peor y lo
mejor.
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