-Un nuevo sujeto de enunciación:
el aburrido. -La versión de José Natanson sobre La Cámpora y La Coordinadora. -El
angostamiento de la tasa de ganancia y el lado B de la “generación intermedia”.
-La cuestión del país normal, acechada por el confeso deseo de aburrirse de
Mariano Grondona.
por Nicolás Vilela
1- Mira los aburridos / con los pies deprimidos
Hay un dato: existe “el que se
aburrió del kirchernismo”. Es un perfil cultural, un sujeto de la enunciación,
un formato para opinar sobre la coyuntura. Sus rasgos son enumerables. Ya no
cree en la vuelta de la política porque está cansado de “la batalla cultural”,
“la épica”, “el relato” y las “minorías intensas”. Piensa que el gobierno sólo
le habla a los convencidos. Se maravilló con los fuegos artificiales del
Bicentenario pero ahora cree que Barone es lo peor que le pasó al país. Su
despolitización tardía transcurre bancando el programa de Fantino y el “consumo
irónico” de las redes sociales. Últimamente se interesó por Sergio Massa y no
por la juventud militante. Estima que la ideología y la disputa con las
corporaciones son secundarias respecto de los temas de gestión que solucionan
“los problemas de la gente”. En el peor de los casos, abrazó el cinismo o la
pose del quebrado.
Se trata de un asunto de primer
orden en la medida en que configura los lugares desde los que se discute
actualmente. Los poskirchernistas del aburrimiento piensan que los que “creen”
son los demás -la militancia enardecida, los sectores intensos del gobierno,
Cristina. Ellos, en cambio, se dieron cuenta a tiempo y se fueron a los botes,
lo que les garantizaría distancia crítica, ecuanimidad y amplitud de
criterio... Bajo estos parámetros se escriben notas, artículos, ensayos,
editoriales, análisis para cuestionar el presente del kirchernismo y presentir
su superación.
2- Peras y manzanas
Con ambigüedad y sutileza, José
Natanson viene jugando este juego del fastidio poskirchnerista. El año pasado,
en el contexto de la publicación de su libro sobre la vuelta de los jóvenes a
la política, recomendaba con fogosidad que La Cámpora creara una agenda propia,
entendiendo que de no hacerlo podría “terminar como la Coordinadora” (la
“recomendación” fue repetida en cuatro o
cinco entrevistas). Natanson alegaba que comparar a La Cámpora con las organizaciones de los 70 es “como comparar peras con manzanas”; la comparación
con la Coordinadora, mientras tanto, sería mucho más satisfactoria porque en
ambos casos se trata de gobiernos “progresistas” cuyas juventudes orgánicas
“llegaron a altos puestos del Estado”.
Estas proposiciones resultan muy
problemáticas. Esquivan el bulto respecto de lo que verdaderamente está en
juego. Natanson reduce las organizaciones políticas de los 70 a la lucha armada
y la clandestinidad, desestimando una militancia barrial y estudiantil muy
extendida, que compagina mejor con el presente. Comparar una organización
kirchernista de base territorial como la Cámpora con una agrupación radical de
corte universitario y ejecutivo (y una territorialidad circunscripta a la
Capital Federal): eso es comparar peras con manzanas. Poner el eje en que se
trata de dos “organizaciones progresistas en democracia” es quedarse con la
clave de lectura alfonsinista, cuya contradicción principal se expresaba como
democracia versus dictadura.[1]. El contexto cambió profundamente. Se compara a
La Cámpora con la juventud de los 70 porque estamos hablando de herencia
transformadora y organización popular en los barrios.
Las muy buenas gestiones de
Aerolíneas e YPF, la multiplicación de la militancia en los territorios, las
jornadas “La Patria es el Otro” en La Plata… nada de esto alcanza para el
director de Le Monde Diplomatique. La Cámpora debería crearse una agenda
propia. Veamos cuál es la agenda que está desplegando el propio Natanson en sus
editoriales de “El Dipló”, aquella de la que no se ocupan los que viven
“microclimatizados, enfrascados en las mil y una vueltas de la batalla
cultural”: la agenda de la “nueva clase media”. Se trata de “ese 30 por ciento
aproximado de la población que integran, entre otros, los trabajadores formales
sindicalizados, los pequeños comerciantes, los cuentapropistas y los
prestadores de servicios particulares”. Desde fines del año pasado, luego del
paro sindical opositor del 20-N y los cacerolazos del 8-N, Natanson viene
pidiendo “una nueva política para la clase media”. Durante este año, parece
haber encontrado la respuesta. Ahora la nueva clase media se define como
“moyanismo social”. En razón de las demandas que representa (y no de su
conducción) Hugo Moyano funcionaría, según Natanson, como su máxima expresión
cultural.
Por otro lado, el título de este
último editorial resulta más que elocuente: “El futuro ya llegó”. Allí nos dice
que los grandes protagonistas de la elección son los “políticos commoditie”, a
los que define como “estrellas del sentido común capaces de combinar
barrialidad y gestión sobre el fondo de un peronismo omnipresente pero que
apenas se menciona, como si se lo diera por hecho”. Son ellos, augura el autor
(y no es el único), los que resultarán finalmente victoriosos a causa de su
“atemperamiento de las pasiones” y su mayor capacidad de captar las demandas de
las “nuevas clases medias”. Voluntarioso, el editorial de Natanson concluye:
“con un botín clavado en cada década, los políticos commoditie carecen de la
sobrecarga ideológica del kirchernismo sunnita y han demostrado la flexibilidad
adecuada para sintonizar con las nuevas demandas sociales. Todavía no podemos
confiar en ellos, pues nadie sabe qué piensan realmente de la mayoría de los
grandes problemas de Argentina, pero no cuesta mucho imaginarlos como los
dueños del futuro”.
La obsesión de los aburridos por
suturar simbólicamente su alejamiento del gobierno, su empernida desconfianza
en la batalla cultural, les hace olvidar con frecuencia la pregunta por el rol
de las corporaciones y los sectores dominantes en todo el asunto. Se pueden
contar con los dedos de la mano los textos que hacen alguna mención al tema. Y
sin embargo es la clave del problema. A diferencia de sus predecesores, este
gobierno no hizo recaer la restricción externa sobre los trabajadores sino
sobre la tasa de ganancia de los empresarios, quienes a modo de respuesta
desplomaron las inversiones. El discurso de campaña de Massa apuntó
precisamente a capturar ese núcleo duro del empresariado que deseaba recuperar
su altísimo nivel de ganancia. El subtexto del discurso de la corrupción es la
disminución de la presión tributaria; el subtexto del discurso de la competitividad
es la devaluación brusca del peso. Nada nuevo bajo el sol.
Los pases de Moyano y de
Mendiguren al massismo se explican en función de esta coyuntura. Son el
correlato político de la restricción externa y el angostamiento de la tasa de
ganancia. Moyano no es “el representante
de los trabajadores” o de “la clase media”, sino el representante de los
trabajadores mejor pagos. De Mendiguren, por su parte, es el representante de
algunos de los industriales que más se enriquecieron en esta década. Expresan
el anverso y reverso de la misma moneda. Así está constituida la verdadera base
económica sobre la cual se levantaría la pax social del massismo.
Facundo Moyano encarnó hasta
ahora esa ambigüedad que les gusta detentar a los poskirchneristas. Sacándose fotos
con muchos, probándose distintas camisetas, encandiló con la supuesta ventaja
de no tener que responder a diario a la conducción de Cristina. Pero a
diferencia de sus seguidores, resultó tan verticalista como el kirchnerismo al
que criticaba: apenas tuvo la venia de Hugo Moyano, blanqueó su pase al Frente
Renovador. ¿Se arriesgarán los aburridos del kirchernismo a seguirlo en este
paso?
3- La generación del 70
Para Natanson y otros tantos, las
elecciones legislativas y su devenir manifestaron el protagonismo de una
“generación intermedia” (son palabras de Martín Rodríguez), nacida en los 70 y
caracterizada por su perfil ejecutivo desideologizado, deportista, ajeno a la
intensidad política de la confrontación que practicaría el gobierno. Como va
quedando claro, Sergio Massa, nacido en 1972, encarnaría ejemplarmente esta
versión de la gestión “desde el sentido común”. Y es entendible que haya
concitado la atención o el apoyo distante de los poskirchernistas; fueron ellos
quienes inventaron retrospectivamente la figura de Géstor Kirchner, el
Presidente que, a diferencia de Cristina, resolvía los problemas concretos de
la gente. Sin embargo, algo escapa a estas consideraciones sobre la generación
intermedia. Hace poco ocurrieron dos hechos centrales: el fallo de la Corte
Suprema de Justicia declarando la constitucionalidad de la Ley de Medios, y,
más acá, el nombramiento de Axel Kicillof al frente del Ministerio de Economía.
Refutan, en ese orden, el mito de que se terminó la batalla cultural y el
mito de que YPF y otras empresas con intervención estatal fueron mal
administradas. Pero lo importante es que los dos protagonistas de estos hechos,
Martín Sabatella y Axel Kicillof, nacieron respectivamente en 1970 y 1971. Son
la otra cara de la misma generación. Vienen de ámbitos comprometidos
ideológicamente con la izquierda. Están vinculados de manera más o menos
ostensible con organizaciones políticas juveniles: Nuevo Encuentro y La
Cámpora. Fueron blanco de los disparos macartistas provenientes del Frente Renovador
y los medios opositores. Se animaron a asumir altas responsabilidades de
gestión en momentos donde otros decidieron limitarse a conservar lo hecho.
Representan nítidamente la etapa presente del gobierno, que profundiza la
disputa cultural a través de la Ley de Medios y profundiza la disputa económica
a través de la intervención del Estado en las empresas estratégicas. Sintonizan
con un concepto de gestión que depende de un proyecto político nacional,
apoyado por sus niveles provinciales y municipales, y con la militancia como
dispositivo nodal en el trabajo de territorio.
José Natanson forma parte de esta
misma “generación intermedia” a la que pertenecen Sabatella, Kicillof y miles
de militantes, sólo que en vez de sumar fuerzas desde el lugar que sea a favor
de sus contemporáneos, les advierte en público los riesgos que corren en su
compromiso. El malestar del poskirchernismo con la “épica”, las “minorías
intensas” y el “relato” viene necesariamente de la incertidumbre sobre su
propia referencia política. A la falsa ambigüedad del massismo en relación con
el gobierno, deben añadirle su propia ambigüedad en relación con el massismo.
Mientras la militancia defendía a Cristina en los barrios, se lanzaron a hablar
de las bondades de la gestión y el municipalismo que se viene, igualando
equivocadamente el momento electoral con el momento político. Quizás Twitter, con su temporalidad ansiosa y de onda corta, contribuyó a esta
equivocación. (El microclima está en Twitter, que no tiene más agenda que comentar
socarronamente la televisión como Beavis and Butthead locales; no en la
militancia, que dialoga y trabaja cotidianamente con vecinos de toda
orientación política). Es llamativo, por cierto, que la idealización de la
gestión, el territorio, el contacto cotidiano “con la gente” no los haya
conducido a valorar positivamente la militancia sino a Sergio Massa. Así,
durante la campaña, y después también, invisibilizaron o directamente objetaron
el esfuerzo de las organizaciones políticas; a cambio, se dedicaron
sistemáticamente a debilitar la figura de Cristina, levantando candidatos
contrapuestos en los que ni siquiera está claro si confían.
En esta confusión, es lógico que
conviertan su propio malestar en sensación generalizada, es decir, que
confundan su aburrimiento personal con el supuesto declive del relato o el
supuesto declive del gobierno. De ahí a considerar a los militantes como un
grupo de fanáticos fracasados hay un sólo paso, que algunos lamentablemente
dieron, aún cuando tenían disponibles todas las herramientas para comprobar la
buena elección de Unidos y Organizados en distritos opositores, y para
comprobar, más en general, el compromiso con que miles de jóvenes están
asumiendo la militancia en todo el territorio de la Argentina. Cometen un error
si es que apuestan de este modo a un periodismo “no contaminado”... ¿O acaso
dijeron algo del “dogmatismo” antikirchernista, que no mueve una coma sin
autorización de su conducción corporativa? ¿O acaso no presentan a los
intendentes opositores como víctimas de la coparticipación sin mencionar que la
popularidad de muchos de ellos proviene de capitalizar a título personal obras
realizadas por el gobierno nacional? Finalmente, los aburridos del kirchnerismo
se acercan a Massa, un protegido de las corporaciones, antes que a Sabatella o
Kicillof, que trabajan en sentido contrario.
4- Un país normal
En un artículo de septiembre de
este año, Natanson escribía que “quizás el principal desafío pase hoy por la
construccióin de un peronismo de la normalidad”. A continuación, los nombres
previsibles. Caracterizada ya la tendencia cultural de los aburridos y la base
económica ortodoxa en que se sustenta,
habría que preguntarse en qué consiste esa normalidad: ¿en bajar la bandera de
las grandes batallas justo cuando podemos darlas?, ¿en atemperar las pasiones
justo cuando la militancia constituye la principal experiencia de una
generación? ¿Qué es lo que están buscando?
La exigencia de normalidad
implica la admisión de que el poskirchernismo no está dispuesto a profundizar
el modelo ni los modales. Su posición a favor de “enfriar la política” y no
jugarse a nivel identitario responde a vínculos de sociabilidad que consideran
más seguros y duraderos: que pretenden conservar. Martín Rodríguez escribe que
“ese último Perón optó más por la clase media no peronista (…) que a los
programas radicalizados de los jóvenes de izquierda. Dicho en familia: entre
los padres conservadores y los hijos rebeldes, optó por los padres
conservadores. Perón quiso conquistar a la clase contra la que se hicieron
peronistas los jóvenes. El Perón final es un Perón que pacifica el conflicto
peronista y que imagina la obsesión para gobernar la Argentina: gobernar la
clase media”. Esta construcción retrospectiva opera como pedido o consejo: no profundicemos,
captemos a la clase media. Y a la vez resalta un dato paradójico: los jóvenes
desencantados del kirchernismo se ubicarían en el lugar de los “padres
conservadores”[2].
Normalidad significa puestos de
trabajo, asistencia e intervención del Estado, proyecto de país, entre muchas
otras cosas. Son los valores y acciones concretas que sólo los gobiernos de
Néstor y Cristina lograron garantizar sostenidamente desde la recuperación
democrática. Ahí no existe “continuidad democrática” con Alfonsín ni Menem ni
Duhalde. Los proyectos opositores con potencia electoral proponen una
“normalidad” que ya conocemos. La ortodoxia económica lleva a un pueblo con
hambre. Y un pueblo con hambre no tiene mejores “modales” que los que tiene un
país “dividido” que viene creciendo hace diez años. El sindicalismo de Moyano
tampoco[3].
El punto es que para consagrar
los logros del kirchnerismo hizo y hace falta mucha intensidad, compromiso,
trabajo en los barrios y batalla cultural. Esa tarea sólo puede ser aburrida
para quien confunde la realidad con sus manifestaciones mediáticas. Tal vez 678
dejó de ser entretenido, seguramente los blogs políticos ya no son tan
atractivos como antes. Pero lo divertido del kirchernismo es la militancia. Lo
divertido del kirchernismo está en la foto de una Casa Rosada invadida de
jóvenes para ver el regreso de Cristina. Lo divertido del kirchernismo está en
los barrios, las plazas repletas, la discusión con los compañeros. “La
esperanza de llegar a ser un país aburrido” titulaba Mariano Grondona su
editorial del miércoles 28. ¿Será para tanto? Hay quienes prefieren quedarse en
la cocina consumiendo irónicamente los ecos de la fiesta. Pero en este momento
lo divertido es bailar…
[1] Otro síntoma de esta misma
tentación alfonsinista lo encontramos al comienzo de su editorial “Sexo y
democracia”, de octubre de este año: “tal vez porque no fue consecuencia de
heroicas luchas sociales y políticas sino del fracaso del programa económico y
la derrota de Malvinas (una Bastilla que se derrumbó sola), la democracia
argentina parece vivir en estado de permanente desencanto, un medio tono de
desilusión que nos empuja a descubrir todos los días que no era en realidad
todo lo que prometía”. Como se ve, nada de “Pan, paz y trabajo”. Al igual que
Beatriz Sarlo, Natanson niega las huelgas de la CGT de Ubaldini, la resistencia
de las organizaciones políticas y la condena internacional que venían
construyendo los exiliados en la opinión pública.
[2] Durante la interna Menem-Cafiero por la renovación del peronismo se usaba el término “renodoxo” para juzgar la alianza entre un sector de la renovación y otro de la ortodoxia. ¿Será la normalidad a la que apuntan un regreso de la renodoxia?
[3] Por esos días, el ex secretario
general de APLA, Jorge Pérez Tamayo, realizó un “vuelto rasante” a bordo de un
Airbus 340 como despedida de su profesión de piloto. El vuelo venía de Miami,
pasó por Aeroparque y terminó en Ezeiza. Tal cual lo practican los pilotos que
se retiran, el rito no suele incluir Aeroparque como punto de exhibición. El
asunto es que en hora de intenso tráfico aeroportuario, modificando la agenda
de despegues y arribos de una terminal que no tiene estructura para contener un
avión comercial semejante, Pérez Tamayó
colonizó la plataforma de Aeroparque con el único fin de practicar esta
ceremonia. A la hora de analizar la gestión de Aerolíneas, no fueron pocos los
palos en la rueda que puso el vocal primero de la CGT moyanista. Tal vez esa
imagen de glamour decadente, “el último vuelo del capitán”, sirva para
ejemplificar la distancia entre una cúpula que responde a intereses
particulares y la mayoría de los trabajadores. Y tal vez sirva, de nuevo, para
relevar lo que pierden de vista en el análisis todos los poskirchneristas que
critican la gestión de La Cámpora, el trabajo de Unidos y Organizados y la
sobrepolitización social. Se pierden precisamente la disputa por la apropiación
simbólica y económica del Estado.
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