lunes, 23 de junio de 2008

Objeción de Alain-Paul Mallard

Yo creo que Alain-Paul Mallard, recientemente editado en nuestro país, es un escritor objetable. Este mexicano de nombre francés y temas alemanes tiene un solo y pequeño libro, que por comodidad podemos considerar una nouvelle y que se llama Evocación de Matthias Stimmberg. Ante todo, reconozco que, como nombre, éste es bastante malo, por excesivamente borgiano. Careciendo de un encono especial por Borges, me permito observar el cansancio que me genera la premeditada grandeza del sustantivo “evocación” iniciando la frase –máxime si se lo acompaña de un nombre propio doblemente lejano como “Matthias Stimmberg” (doblemente: por desconocido y por germánico). Confieso que este título me recordó un poema de Alejandro Rubio, llamado “Médici”, en donde un editor tiene que vérselas con un escritor joven, autor de una novela intitulada La pasión según Ethan Cohen. Éstos son los nombres de la literatura imbécil, epigonalmente borgiana, mansa hasta la demencia. Me reservo de dar otros ejemplos.

Pero nosotros somos lectores bienintencionados, de corazón fácil, y en cuanto se nos informa que Mallard ha escrito su libro teniendo tan sólo 25 años deponemos nuestro resquemor inicial y nos reabrimos a lo nuevo. A los 25 años se pueden cometer esos errores, y aun muchos otros. Nosotros mismos tenemos aproximadamente esa edad y nos sentimos cercanos al error y a la grandilocuencia inane. Perdonando a Mallard, nos perdonamos: se ha cumplido la primera condición de la lectura exitosa, la identificación con el autor. Virtualmente, somos él, o podríamos serlo: nos callaremos y lo leeremos.

Acto seguido, encontramos un primer capítulo, inverosímilmente breve, llamado “El poeta”. Segundo mal comienzo: pero prosigamos. Estamos ahora ante el estilo de Mallard. No tenemos alternativa: el libro es muy corto, todo se decide en el nivel de la oración. Mallard le da su voz a un personaje, que es poeta. Este poeta es Stimmberg, pero todavía no lo sabemos, y el susodicho tiene la mala suerte de ser interceptado, en un ómnibus, por un escritor aficionado. El aficionado es, naturalmente, un pésimo poeta, que importuna a nuestro Stimmberg con su admiración. Stimmberg sólo quiere sacárselo de encima; fin de la primera escena.

El lector hipotético de Mallard y yo notamos que Stimmberg es evidentemente un poeta pedante. Y que además quiere o practica la indolencia y el rigor en las relaciones con los otros. Peor que un escéptico, es un hombre frío. Mallard con seguridad también: escribe preciso y poco. El mundo no le da tema de conversación ni de escritura. Es harto mejor que todos nosotros: se aburre con lo que nos divierte y nos hace padecer. Nos desconoce y lo desconoce todo, salvo el Mal. Nuevamente flaquea nuestra identificación con Mallard, porque nosotros, el lector y yo, no somos gente indiferente. De hecho estamos leyendo de buen grado a este novedoso azteca-franco-germánico, cuando la lógica de la indiferencia aristocrática nos dicta placeres menos mezclados. Que tenga 25 años ya no parece un argumento a favor de nuestro beneplácito, sino un motivo para la irritación.

El lector hipotético deja de leer, pero yo me quedo hasta completar las pocas páginas que merecieron ser escritas por Mallard. Noto que se van sucediendo otros pequeños capítulos, todos prolijos y parcos. Progresivamente veo que Stimmberg, siempre hablando en primera persona, cuenta cosas que le pasaron a lo largo de la vida, todas tremendas pero relatadas con inconcebible frialdad. Veo, también, que tiene sentido del Mal. De hecho, resulta muy fácil acusarlo de genetiano, de batailleano, de sadeano. ¿Habrá algo más que malditismo en Evocación? No parece. ¿Pero llega a ser malditismo? Ni lo niego ni lo afirmo; me tiene sin cuidado. El libro, es evidente, supera mi nivel de discernimiento malditista, tema que me impone largos y sesudos bostezos. No obstante, lo termino. El último capítulo (esta denominación es holgada, lo admito, pero no buscaré otra) narra el encuentro entre Stimmberg y su amigo, el no menos indolente Paul Celan. Se relacionan por medio de un ratón que habita una pecera. Dicen unas pocas cosas y todo termina.

El libro cierra con un apéndice en donde Mallard, o un narrador que engloba a Stimmberg, nos informa que todo esto ha sido una biografía en pedazos, rescatada del testimonio que Stimmberg brindó para una entrevista radial, la cual, oh casualidad, no salió nunca al aire. Entendemos por qué: la radiofonía es una tecnología de masas y Stimmberg, refinado poeta alemán, distinguido y apolítico, está forzosamente fuera de la órbita de la chusma. Sólo Mallard accede a esas grabaciones secretas; no nos dice cómo; tenemos que suponer que fue predestinado a ello; nosotros tenemos que suponer que somos vulgares por llegar tan tarde a todo.

Desconozco el tema, pero pienso que por nacionalista que fuera la narrativa mexicana de la década del 90, el libro resulta un exabrupto acontextual, no porque carezca realmente de contexto, sino porque se niega a tener alguno. En cuanto a mí, no tengo interés en contrariar esa negación. Todavía se puede escribir, eso parece, contra el gusto burgués. O todavía podemos creer en ello; a esta fe nos insta Mallard y su flaubertismo mexicano.


D.S.

2 comentarios:

maiakovski dijo...

Hay una narrativa del mal, medio batailleana, medio cortazariana, que se puede reconocer en los 60 con Salvador Elizondo en libros como Farabeuf, una mierdita perversa sin embargo mucho más ambiciosa y plena de recursos que la nouvelle de Maillard. En cierto sentido, esta novela expone una paradoja: el malditismo latinoamericano es intrínsecamente burgués, porque la da una vestidura aparentemente trnsgresora a algo que lleva ya cien años: la retirada de lo que podríamos llamar, con buena voluntad, "elite letrada", o un sector especialmente quisquilloso de ella, latinoamericana ante la circunstancia latinoamericana. Borges es un modelo para ella, un modelo particularmente mal leído, del que sólo se toma la vocación de estilo, sin realizarla. Evocación también demuestra lo necesitados que están los quisquillosos de libros de culto, o en general de un culto. Que la nouvelle esté tan desineteresada de fundar un culto como de casi todo lo demás no los amilana.

Anónimo dijo...

PLANTA... SER VEGETAL, QUE NO PONE SU NOMBRE...¿CUANTOS LIBROS HAS ESCRITO TU? ¿YA TE PUBLICARON ALGUNO, LINDO?
SALUDOS