por Damián Selci
1. La voluntad política contemporánea. Circula
por las redes sociales un libro llamado Sopa de Wuhan, que tiene el
mérito archivístico de compilar algunos textos sobre el coronavirus. Los escritores
fortuitos de este volumen son Alain Badiou, Jean-Luc Nancy, Slavoj Zizek, David
Harvey, Giorgio Agamben, Franco Berardi, Judith Butler, Byung-Chul Han, Markus Gabriel… La enumeración de nombres impresiona. Son todos los grandes ensayistas
contemporáneos. Y sin embargo Sopa de Wuhan tiene aspecto de no servir
para nada. ¿Por qué será? Probemos una respuesta: porque sus lectores no harán
nada con él. Y no por lerdos o perezosos. Sucede que ninguno de estos textos se
preocupa por encarar la simple pregunta leninista de “qué hacer”. Nunca dicen:
dadas las condiciones actuales, debemos hacer tal cosa o tal otra. No hay
ningún planteo de objetivos políticos. Se filosofa sobre el coronavirus con
altura, con ingenio o con displicencia, y en todos los casos sin resultados. Pero
esto no es culpa directa de los autores. El problema reviste un carácter
masivo, histórico: si no podemos ni siquiera plantearnos la pregunta de “qué
hacer (con la pandemia o con lo que fuere)”, es porque antes nos falta resolver
la cuestión de quién hará lo que haya que “hacer”. Lo que comparten
todos estos textos, ciertamente, es la falta de una voluntad política,
un príncipe maquiaveliano al que se dirigirían para conceptualizar la cuarentena
mundial y para discutir luego líneas de acción. Todo eso no existe, y en su
lugar sólo puede haber lo que hay: reflexiones reflexivas y lectores hartos… Este
arranque puede sonar un poco hosco, pero nos permitirá establecer la siguiente
premisa: para nosotros, la voluntad política contemporánea es la militancia. Si
ante la coyuntura queremos superar el mero estilismo filosófico, lo que se diga
sobre el coronavirus tiene que estar apuntado a la militancia, y la reflexión debe
desembocar en una línea de acción. No nos importará, a continuación, saber qué
significa la pandemia, sino saber qué puede significar para la militancia.
2. El silencio de los neoliberales. Para
la militancia, cuyo propósito final es que todo el mundo se vuelva responsable
y en alguna medida militante, la pandemia representa en primera instancia un
golpe tremendo a su enemigo histórico: el discurso individualista neoliberal.
Quizá nunca vimos tan desorientado al capital financiero y sus voceros. Tal vez
solamente en 2001, después de la gran crisis de la deuda, cuando todo lo que
oliera a “mercados” apestaba. Hoy pasa lo mismo, pero a nivel mundial, y por
ende de manera mucho más aguda y crítica. Además, mientras China y Cuba
mandaban insumos médicos a países europeos, la reacción de los presidentes
neoliberales del mundo fue pésima. Con los literalmente soberbios fracasos de
Trump, Boris Johnson o Bolsonaro, queda claro que la derecha internacional no posee
hoy la conducción ideológica de la crisis. La derecha se siente cómoda cuando
los temas son el narcotráfico o la inmigración. Ante la pandemia, notoriamente,
enmudeció. De mínima esto significa que ha aparecido un tema de discusión
pública, que afecta directamente a la vida y a la muerte de millones de
personas, donde la derecha no parece tener nada que decir.
3. ¿Quién paga la cuarentena? Quizá
lo más impresionante de estas horas sea comprobar la abrupta superioridad del
Estado sobre el mercado. Se nota quién manda realmente cuando las papas queman.
De hecho, es posible que la inepta reacción neoliberal no haya tenido que ver
solamente con sus malas conducciones actuales (Trump y Bolsonaro son obviamente
inferiores a Thatcher y Pinochet), sino también con una equivocada evaluación
de la relación de fuerzas. Básicamente, la pandemia tiene costos, y toda la
cuestión es quién los paga. La cuarentena supone que los trabajadores no
trabajen y aun así vivan, de manera que deben recibir dinero sin trabajar. Esto
es lo que está pasando en Argentina. Se trata de una situación inédita que
provoca un trastocamiento ideológico profundo. Los neoliberales cometieron el
pecado de ser muy “economicistas”, al punto de sostener que la economía debía
seguir su curso sin importar la vida de la gente. En realidad, es lo que el
capitalismo dice siempre, pero en este caso su marcha no fue triunfal, sino fúnebre.
La cuarentena terminó imponiéndose como por sí misma. Y Alberto, quien conduce
la crisis de manera excepcional, decidió que la cuarentena no la pagarán los de
abajo. Esto generó la disputa con Techint, que echó a 1500 trabajadores para
contradecirlo y retener autoridad empresarial. Que el neoliberalismo esté
fracasando no significa que se deje vencer espontáneamente. Por eso Alberto los
motejó de miserables y prohibió los despidos. Y esto empezó a teñir el debate
sanitario mundial con los colores de las contradicciones económico-políticas. No
obstante, la novedad de la situación merece un subrayado. Normalmente, los
neoliberales aprovechan las crisis para imponer privatizaciones. Ahora, la
crisis permite proponer estatizaciones: tal es la magnitud del cambio.
4. Individualismo y cadáveres.
El individualismo vive su hora más difícil. La consigna de Alberto, “nadie se
salva solo”, es una puñalada a la meritocracia. Tiene en parte que ver con la
naturaleza del virus: como todavía no existe vacuna, tener mucho dinero no
resuelve nada. El único remedio es el aislamiento y el gobierno argentino se
preocupa de que no sea un costo inafrontable para los sectores populares. La
excepción no deja de poner todo patas arriba. Se da hoy la paradoja de que el
aislamiento es lo menos individualista que se puede hacer. De hecho, constituye
la forma principal de responsabilidad pública. Nunca sonó peor el discurso
individualista que ahora, cuando la irresponsabilidad de uno pone en peligro a
muchos. En realidad, esto siempre es así, pero la pesadez de los cadáveres lo
volvió insoportable.
5. Temor y temblor.
La pandemia, con su lógica militar –unidad nacional, conteo diario de muertos y
heridos, cuarentena generalizada, precios máximos, preponderancia de la
logística, irrelevancia de la macroeconomía–, está conmoviendo el tejido social
de forma inédita. Por ejemplo: hoy, toda la clase trabajadora argentina está en
su casa. ¿Qué está pensando, en las largas horas del aislamiento? ¿Qué conclusiones
políticas sacará de las imprevistas condiciones de la época? Deberíamos tratar
de incidir en esa reflexión multitudinaria y a la vez solitaria. Si en algo no
se parece a una guerra esta situación es en un rasgo: los países no pueden
movilizar a sus trabajadores y su industria al servicio de la producción bélica.
La gente no sale de su casa. Y cuando va a comprar algo, sólo se lleva
productos de primera necesidad. No queda lugar tampoco para el “consumismo”,
que es el sitio de realización de la individualidad neoliberal. No se trabaja,
se consume lo mínimo, campea el miedo, también el silencio. No desaparece la
lucha ideológica, como se dice equivocadamente, sino que la confrontación adquiere
toda la crudeza posible: se trata de verificar únicamente quién resuelve el
problema del coronavirus. Y nada más. Si hay que aplicar socialismo de Estado,
estalinismo de mercado, capitalismo neoliberal-fascista o una dictablanda
sanitaria con rostro humano, pues bien, llegó el momento de ver quién es mejor.
Traigan soluciones. Es ahora. Por eso resulta tan impresionante el silencio de
los neoliberales.
6. La primavera ideológica. La
militancia tiene qué hacer: apostar todos sus esfuerzos a que la pandemia deje
espacio a una nueva primavera ideológica, donde las discusiones cerradas en el
mundo desde 1989 puedan ser reabiertas, sin prejuicios y con absoluto rigor.
Ya es una obviedad que el Estado resulta imprescindible y que el capital
financiero no soluciona ningún problema importante. Parece casi inevitable que haya
“más Estado” en cualquiera de las formas conocidas, y en algunas nuevas también.
Pero la militancia debería ocuparse de que el debate vaya mucho más allá. Evidentemente
sin el Estado no se puede, pero con el Estado no alcanza. El simple cumplimiento
de la cuarentena depende de la responsabilidad política de la población.
Depende de que cada persona sea menos individualista y considere a los demás en
sus decisiones. Y cuando el otro resulta efectivamente considerado, la
reflexión comienza a tener las características del pensamiento militante. Si el
individualismo pretende ser por sí, la militancia asume ser para otro. La
impecable consigna de Cristina, “la Patria es el otro”, resuelve en cinco
palabras todo el movimiento intelectual de la militancia. Ciertamente, el
Estado es quien “en primera instancia” se ocupa del otro, bajo la figura jurídica
del interés general. Pero con el Estado solo no alcanza. Es preciso, por
decirlo con una comparación, que cada uno y cada una tenga la grandeza de miras
del Estado y también piense en el otro: a esto llamaríamos militancia. La
diferencia estriba en que es misión de cualquier Estado velar por la salud de
la población, mientras que las personas sólo velarán por el otro en la medida
en que lo decidan libremente, y asumiendo la responsabilidad absoluta por ello.
De modo que la tarea de la militancia consiste en aprovechar el sensacional despiste
del individualismo neoliberal ante el coronavirus para comenzar a discutir su
hipótesis: que se puede tener una vida no-individual, y a partir de esto
demoler, una por una, las columnas de la hegemonía capitalista.
7. La táctica y el programa.
“Más Estado” es tan sólo una consigna inicial: el verdadero el programa
político debe ser “Más militancia” –vale decir, que cada cual salga de la
pandemia como una no-individualidad capaz de asumir la responsabilidad por asuntos
que no son simplemente “los suyos”. Después de este desastre ya no debiera ser
posible decir: ¡zapatero a tus zapatos! Si algo muestra una crisis sanitaria de
tan gigantescas proporciones es que mi vida y mi salud no son sólo “mías”.
Dependen de otra vida y de otra salud y se conforman a la par, “solidariamente”
como se suele decir. Contra el discurso individualista, la pandemia demuestra severamente
que no estoy sano si el otro no lo está. Mi salud es la del otro, o bien la
salud es el otro. Nadie es sano solo: por esta vía ya se ha perforado la esfera
de cristal neoliberal –pero hay que tomar esta afirmación como la primera de
varias perforaciones: ¿soy verdaderamente rico si el otro es pobre? ¿Soy libre
si otro es sometido? ¿Me realizo realmente si el otro se ve frustrado? En la
medida que estas preguntas puedan formularse y debatirse ampliamente, podremos
decir que, en lo ideológico, el siglo XXI por fin habrá comenzado. Esta es toda
la hipótesis: ha llegado el momento de acelerar la imaginación y retomar, luego
de tantas décadas, la ofensiva en materia teórico-política.
8. Generación Covid-19. Pero
mientras tanto la pandemia recién ha empezado. Todavía no hay manera de
calcular los horrores y los sismos que ella puede producir. Lo seguro es que su
prolongación agudiza la lucha social por los costos de la crisis. Y la disputa
puede mundializarse fácilmente. Ya existe una “carrera bioquímica” por ver
quién descubre primero la vacuna. Y luego la cuestión de su precio, y si habrá
para todos, y quién tiene derecho a acceder a ella… La magnitud de la
catástrofe podría llegar a ser la marca histórica decisiva de nuestra generación.
No hay desastre que no pueda ocurrir. ¿Por qué no pensar que estamos en 1914? La
imprevisibilidad de la coyuntura es máxima. De ahí que resulte crucial que la
militancia pueda iluminar la oscuridad con una hipótesis de futuro. No se trata
de ser optimista o pesimista en cuanto a la descripción de escenarios venideros,
lo que en definitiva no sería sino prejuzgar. De lo que se trata es de saber
qué queremos nosotros, la militancia, y cómo debemos incidir para que, en lo
posible, sea nuestro escenario el que prevalezca. ¿Qué queremos? Esto: pasar a
la ofensiva en el terreno ideológico, demostrando que el neoliberalismo y su
sistema de valores resulta inservible para afrontar los desafíos del siglo XXI,
y presentando la alternativa de una comunidad militante organizada. ¿Suena a
mucho? Quizá, pero para luchar contra esta pandemia, que constituye la mayor
crisis del siglo, se requieren niveles de solidaridad, organización y
disciplina que el lassez faire moral de los neoliberales no podría soñar
ni en sus peores pesadillas. Ha de ser notable ya que la salud de la humanidad
no puede estar en manos del capital, y menos del capital financiero. De hecho,
es probable que sea preciso un cambio de conciencia de grandes proporciones
para evitar que los sistemas sanitarios colapsen y los muertos se multipliquen.
La ciencia no vaticina que el coronavirus vaya a ser una gripe de temporada.
Todo indica que el conflicto durará: no sólo el coronavirus, sino sus incalificables
consecuencias económicas (con respecto a ellas, cualquier pronóstico debe, para
ser creíble, ser temerario). El porvenir es largo, como decía Althusser, y
seguramente nuestros hábitos deban cambiar, y muchas cosas deban cambiar. En
todo caso, ante desafíos duraderos, ante crisis hondas y extendidas, nada peor
que el individualismo y nada mejor que la organización, porque (como decía
Perón) sólo la organización vence al tiempo, y sólo la militancia puede
sostener en el tiempo a la organización –evitando que se paralice, que sus
lazos orgánicos se rompan… Es tan indescifrable lo que tenemos por delante que un
viejo lema militante de los 70, revitalizado durante el kirchnerismo, adquiere
ahora toda su pertinencia y esplendor: como un mantra, el siglo XXI podría
repetir para sí mismo unidad, solidaridad, organización, unidad,
solidaridad, organización, porque el capitalismo neoliberal ha enmudecido
y, en lo que respecta al futuro inmediato, ya no puede ni siquiera mentir.