martes, 3 de diciembre de 2013

Discusión con José Natanson

-Un nuevo sujeto de enunciación: el aburrido. -La versión de José Natanson sobre La Cámpora y La Coordinadora. -El angostamiento de la tasa de ganancia y el lado B de la “generación intermedia”. -La cuestión del país normal, acechada por el confeso deseo de aburrirse de Mariano Grondona.

por Nicolás Vilela


1- Mira los aburridos / con los pies deprimidos

Hay un dato: existe “el que se aburrió del kirchernismo”. Es un perfil cultural, un sujeto de la enunciación, un formato para opinar sobre la coyuntura. Sus rasgos son enumerables. Ya no cree en la vuelta de la política porque está cansado de “la batalla cultural”, “la épica”, “el relato” y las “minorías intensas”. Piensa que el gobierno sólo le habla a los convencidos. Se maravilló con los fuegos artificiales del Bicentenario pero ahora cree que Barone es lo peor que le pasó al país. Su despolitización tardía transcurre bancando el programa de Fantino y el “consumo irónico” de las redes sociales. Últimamente se interesó por Sergio Massa y no por la juventud militante. Estima que la ideología y la disputa con las corporaciones son secundarias respecto de los temas de gestión que solucionan “los problemas de la gente”. En el peor de los casos, abrazó el cinismo o la pose del quebrado.

Se trata de un asunto de primer orden en la medida en que configura los lugares desde los que se discute actualmente. Los poskirchernistas del aburrimiento piensan que los que “creen” son los demás -la militancia enardecida, los sectores intensos del gobierno, Cristina. Ellos, en cambio, se dieron cuenta a tiempo y se fueron a los botes, lo que les garantizaría distancia crítica, ecuanimidad y amplitud de criterio... Bajo estos parámetros se escriben notas, artículos, ensayos, editoriales, análisis para cuestionar el presente del kirchernismo y presentir su superación.


2- Peras y manzanas

Con ambigüedad y sutileza, José Natanson viene jugando este juego del fastidio poskirchnerista. El año pasado, en el contexto de la publicación de su libro sobre la vuelta de los jóvenes a la política, recomendaba con fogosidad que La Cámpora creara una agenda propia, entendiendo que de no hacerlo podría “terminar como la Coordinadora” (la “recomendación” fue repetida en cuatro o cinco entrevistas). Natanson alegaba que comparar a La Cámpora con las organizaciones de los 70 es “como comparar peras con manzanas”; la comparación con la Coordinadora, mientras tanto, sería mucho más satisfactoria porque en ambos casos se trata de gobiernos “progresistas” cuyas juventudes orgánicas “llegaron a altos puestos del Estado”.

Estas proposiciones resultan muy problemáticas. Esquivan el bulto respecto de lo que verdaderamente está en juego. Natanson reduce las organizaciones políticas de los 70 a la lucha armada y la clandestinidad, desestimando una militancia barrial y estudiantil muy extendida, que compagina mejor con el presente. Comparar una organización kirchernista de base territorial como la Cámpora con una agrupación radical de corte universitario y ejecutivo (y una territorialidad circunscripta a la Capital Federal): eso es comparar peras con manzanas. Poner el eje en que se trata de dos “organizaciones progresistas en democracia” es quedarse con la clave de lectura alfonsinista, cuya contradicción principal se expresaba como democracia versus dictadura.[1]. El contexto cambió profundamente. Se compara a La Cámpora con la juventud de los 70 porque estamos hablando de herencia transformadora y organización popular en los barrios.

Las muy buenas gestiones de Aerolíneas e YPF, la multiplicación de la militancia en los territorios, las jornadas “La Patria es el Otro” en La Plata… nada de esto alcanza para el director de Le Monde Diplomatique. La Cámpora debería crearse una agenda propia. Veamos cuál es la agenda que está desplegando el propio Natanson en sus editoriales de “El Dipló”, aquella de la que no se ocupan los que viven “microclimatizados, enfrascados en las mil y una vueltas de la batalla cultural”: la agenda de la “nueva clase media”. Se trata de “ese 30 por ciento aproximado de la población que integran, entre otros, los trabajadores formales sindicalizados, los pequeños comerciantes, los cuentapropistas y los prestadores de servicios particulares”. Desde fines del año pasado, luego del paro sindical opositor del 20-N y los cacerolazos del 8-N, Natanson viene pidiendo “una nueva política para la clase media”. Durante este año, parece haber encontrado la respuesta. Ahora la nueva clase media se define como “moyanismo social”. En razón de las demandas que representa (y no de su conducción) Hugo Moyano funcionaría, según Natanson, como su máxima expresión cultural.

Por otro lado, el título de este último editorial resulta más que elocuente: “El futuro ya llegó”. Allí nos dice que los grandes protagonistas de la elección son los “políticos commoditie”, a los que define como “estrellas del sentido común capaces de combinar barrialidad y gestión sobre el fondo de un peronismo omnipresente pero que apenas se menciona, como si se lo diera por hecho”. Son ellos, augura el autor (y no es el único), los que resultarán finalmente victoriosos a causa de su “atemperamiento de las pasiones” y su mayor capacidad de captar las demandas de las “nuevas clases medias”. Voluntarioso, el editorial de Natanson concluye: “con un botín clavado en cada década, los políticos commoditie carecen de la sobrecarga ideológica del kirchernismo sunnita y han demostrado la flexibilidad adecuada para sintonizar con las nuevas demandas sociales. Todavía no podemos confiar en ellos, pues nadie sabe qué piensan realmente de la mayoría de los grandes problemas de Argentina, pero no cuesta mucho imaginarlos como los dueños del futuro”.

La obsesión de los aburridos por suturar simbólicamente su alejamiento del gobierno, su empernida desconfianza en la batalla cultural, les hace olvidar con frecuencia la pregunta por el rol de las corporaciones y los sectores dominantes en todo el asunto. Se pueden contar con los dedos de la mano los textos que hacen alguna mención al tema. Y sin embargo es la clave del problema. A diferencia de sus predecesores, este gobierno no hizo recaer la restricción externa sobre los trabajadores sino sobre la tasa de ganancia de los empresarios, quienes a modo de respuesta desplomaron las inversiones. El discurso de campaña de Massa apuntó precisamente a capturar ese núcleo duro del empresariado que deseaba recuperar su altísimo nivel de ganancia. El subtexto del discurso de la corrupción es la disminución de la presión tributaria; el subtexto del discurso de la competitividad es la devaluación brusca del peso. Nada nuevo bajo el sol.

Los pases de Moyano y de Mendiguren al massismo se explican en función de esta coyuntura. Son el correlato político de la restricción externa y el angostamiento de la tasa de ganancia.  Moyano no es “el representante de los trabajadores” o de “la clase media”, sino el representante de los trabajadores mejor pagos. De Mendiguren, por su parte, es el representante de algunos de los industriales que más se enriquecieron en esta década. Expresan el anverso y reverso de la misma moneda. Así está constituida la verdadera base económica sobre la cual se levantaría la pax social del massismo.

Facundo Moyano encarnó hasta ahora esa ambigüedad que les gusta detentar a los poskirchneristas. Sacándose fotos con muchos, probándose distintas camisetas, encandiló con la supuesta ventaja de no tener que responder a diario a la conducción de Cristina. Pero a diferencia de sus seguidores, resultó tan verticalista como el kirchnerismo al que criticaba: apenas tuvo la venia de Hugo Moyano, blanqueó su pase al Frente Renovador. ¿Se arriesgarán los aburridos del kirchernismo a seguirlo en este paso?


3- La generación del 70

Para Natanson y otros tantos, las elecciones legislativas y su devenir manifestaron el protagonismo de una “generación intermedia” (son palabras de Martín Rodríguez), nacida en los 70 y caracterizada por su perfil ejecutivo desideologizado, deportista, ajeno a la intensidad política de la confrontación que practicaría el gobierno. Como va quedando claro, Sergio Massa, nacido en 1972, encarnaría ejemplarmente esta versión de la gestión “desde el sentido común”. Y es entendible que haya concitado la atención o el apoyo distante de los poskirchernistas; fueron ellos quienes inventaron retrospectivamente la figura de Géstor Kirchner, el Presidente que, a diferencia de Cristina, resolvía los problemas concretos de la gente. Sin embargo, algo escapa a estas consideraciones sobre la generación intermedia. Hace poco ocurrieron dos hechos centrales: el fallo de la Corte Suprema de Justicia declarando la constitucionalidad de la Ley de Medios, y, más acá, el nombramiento de Axel Kicillof al frente del Ministerio de Economía. Refutan, en ese orden, el mito de que se terminó la batalla cultural y el mito de que YPF y otras empresas con intervención estatal fueron mal administradas. Pero lo importante es que los dos protagonistas de estos hechos, Martín Sabatella y Axel Kicillof, nacieron respectivamente en 1970 y 1971. Son la otra cara de la misma generación. Vienen de ámbitos comprometidos ideológicamente con la izquierda. Están vinculados de manera más o menos ostensible con organizaciones políticas juveniles: Nuevo Encuentro y La Cámpora. Fueron blanco de los disparos macartistas provenientes del Frente Renovador y los medios opositores. Se animaron a asumir altas responsabilidades de gestión en momentos donde otros decidieron limitarse a conservar lo hecho. Representan nítidamente la etapa presente del gobierno, que profundiza la disputa cultural a través de la Ley de Medios y profundiza la disputa económica a través de la intervención del Estado en las empresas estratégicas. Sintonizan con un concepto de gestión que depende de un proyecto político nacional, apoyado por sus niveles provinciales y municipales, y con la militancia como dispositivo nodal en el trabajo de territorio.

José Natanson forma parte de esta misma “generación intermedia” a la que pertenecen Sabatella, Kicillof y miles de militantes, sólo que en vez de sumar fuerzas desde el lugar que sea a favor de sus contemporáneos, les advierte en público los riesgos que corren en su compromiso. El malestar del poskirchernismo con la “épica”, las “minorías intensas” y el “relato” viene necesariamente de la incertidumbre sobre su propia referencia política. A la falsa ambigüedad del massismo en relación con el gobierno, deben añadirle su propia ambigüedad en relación con el massismo. Mientras la militancia defendía a Cristina en los barrios, se lanzaron a hablar de las bondades de la gestión y el municipalismo que se viene, igualando equivocadamente el momento electoral con el momento político. Quizás Twitter, con su temporalidad ansiosa y de onda corta, contribuyó a esta equivocación. (El microclima está en Twitter, que no tiene más agenda que comentar socarronamente la televisión como Beavis and Butthead locales; no en la militancia, que dialoga y trabaja cotidianamente con vecinos de toda orientación política). Es llamativo, por cierto, que la idealización de la gestión, el territorio, el contacto cotidiano “con la gente” no los haya conducido a valorar positivamente la militancia sino a Sergio Massa. Así, durante la campaña, y después también, invisibilizaron o directamente objetaron el esfuerzo de las organizaciones políticas; a cambio, se dedicaron sistemáticamente a debilitar la figura de Cristina, levantando candidatos contrapuestos en los que ni siquiera está claro si confían.

En esta confusión, es lógico que conviertan su propio malestar en sensación generalizada, es decir, que confundan su aburrimiento personal con el supuesto declive del relato o el supuesto declive del gobierno. De ahí a considerar a los militantes como un grupo de fanáticos fracasados hay un sólo paso, que algunos lamentablemente dieron, aún cuando tenían disponibles todas las herramientas para comprobar la buena elección de Unidos y Organizados en distritos opositores, y para comprobar, más en general, el compromiso con que miles de jóvenes están asumiendo la militancia en todo el territorio de la Argentina. Cometen un error si es que apuestan de este modo a un periodismo “no contaminado”... ¿O acaso dijeron algo del “dogmatismo” antikirchernista, que no mueve una coma sin autorización de su conducción corporativa? ¿O acaso no presentan a los intendentes opositores como víctimas de la coparticipación sin mencionar que la popularidad de muchos de ellos proviene de capitalizar a título personal obras realizadas por el gobierno nacional? Finalmente, los aburridos del kirchnerismo se acercan a Massa, un protegido de las corporaciones, antes que a Sabatella o Kicillof, que trabajan en sentido contrario.


4- Un país normal

En un artículo de septiembre de este año, Natanson escribía que “quizás el principal desafío pase hoy por la construccióin de un peronismo de la normalidad”. A continuación, los nombres previsibles. Caracterizada ya la tendencia cultural de los aburridos y la base económica ortodoxa  en que se sustenta, habría que preguntarse en qué consiste esa normalidad: ¿en bajar la bandera de las grandes batallas justo cuando podemos darlas?, ¿en atemperar las pasiones justo cuando la militancia constituye la principal experiencia de una generación? ¿Qué es lo que están buscando?

La exigencia de normalidad implica la admisión de que el poskirchernismo no está dispuesto a profundizar el modelo ni los modales. Su posición a favor de “enfriar la política” y no jugarse a nivel identitario responde a vínculos de sociabilidad que consideran más seguros y duraderos: que pretenden conservar. Martín Rodríguez escribe que “ese último Perón optó más por la clase media no peronista (…) que a los programas radicalizados de los jóvenes de izquierda. Dicho en familia: entre los padres conservadores y los hijos rebeldes, optó por los padres conservadores. Perón quiso conquistar a la clase contra la que se hicieron peronistas los jóvenes. El Perón final es un Perón que pacifica el conflicto peronista y que imagina la obsesión para gobernar la Argentina: gobernar la clase media”. Esta construcción retrospectiva opera como pedido o consejo: no profundicemos, captemos a la clase media. Y a la vez resalta un dato paradójico: los jóvenes desencantados del kirchernismo se ubicarían en el lugar de los “padres conservadores”[2].

Normalidad significa puestos de trabajo, asistencia e intervención del Estado, proyecto de país, entre muchas otras cosas. Son los valores y acciones concretas que sólo los gobiernos de Néstor y Cristina lograron garantizar sostenidamente desde la recuperación democrática. Ahí no existe “continuidad democrática” con Alfonsín ni Menem ni Duhalde. Los proyectos opositores con potencia electoral proponen una “normalidad” que ya conocemos. La ortodoxia económica lleva a un pueblo con hambre. Y un pueblo con hambre no tiene mejores “modales” que los que tiene un país “dividido” que viene creciendo hace diez años. El sindicalismo de Moyano tampoco[3].

El punto es que para consagrar los logros del kirchnerismo hizo y hace falta mucha intensidad, compromiso, trabajo en los barrios y batalla cultural. Esa tarea sólo puede ser aburrida para quien confunde la realidad con sus manifestaciones mediáticas. Tal vez 678 dejó de ser entretenido, seguramente los blogs políticos ya no son tan atractivos como antes. Pero lo divertido del kirchernismo es la militancia. Lo divertido del kirchernismo está en la foto de una Casa Rosada invadida de jóvenes para ver el regreso de Cristina. Lo divertido del kirchernismo está en los barrios, las plazas repletas, la discusión con los compañeros. “La esperanza de llegar a ser un país aburrido” titulaba Mariano Grondona su editorial del miércoles 28. ¿Será para tanto? Hay quienes prefieren quedarse en la cocina consumiendo irónicamente los ecos de la fiesta. Pero en este momento lo divertido es bailar… 













[1] Otro síntoma de esta misma tentación alfonsinista lo encontramos al comienzo de su editorial “Sexo y democracia”, de octubre de este año: “tal vez porque no fue consecuencia de heroicas luchas sociales y políticas sino del fracaso del programa económico y la derrota de Malvinas (una Bastilla que se derrumbó sola), la democracia argentina parece vivir en estado de permanente desencanto, un medio tono de desilusión que nos empuja a descubrir todos los días que no era en realidad todo lo que prometía”. Como se ve, nada de “Pan, paz y trabajo”. Al igual que Beatriz Sarlo, Natanson niega las huelgas de la CGT de Ubaldini, la resistencia de las organizaciones políticas y la condena internacional que venían construyendo los exiliados en la opinión pública.

[2] Durante la interna Menem-Cafiero por la renovación del peronismo se usaba el término “renodoxo” para juzgar la alianza entre un sector de la renovación y otro de la ortodoxia. ¿Será la normalidad a la que apuntan un regreso de la renodoxia?

[3] Por esos días, el ex secretario general de APLA, Jorge Pérez Tamayo, realizó un “vuelto rasante” a bordo de un Airbus 340 como despedida de su profesión de piloto. El vuelo venía de Miami, pasó por Aeroparque y terminó en Ezeiza. Tal cual lo practican los pilotos que se retiran, el rito no suele incluir Aeroparque como punto de exhibición. El asunto es que en hora de intenso tráfico aeroportuario, modificando la agenda de despegues y arribos de una terminal que no tiene estructura para contener un avión comercial semejante,  Pérez Tamayó colonizó la plataforma de Aeroparque con el único fin de practicar esta ceremonia. A la hora de analizar la gestión de Aerolíneas, no fueron pocos los palos en la rueda que puso el vocal primero de la CGT moyanista. Tal vez esa imagen de glamour decadente, “el último vuelo del capitán”, sirva para ejemplificar la distancia entre una cúpula que responde a intereses particulares y la mayoría de los trabajadores. Y tal vez sirva, de nuevo, para relevar lo que pierden de vista en el análisis todos los poskirchneristas que critican la gestión de La Cámpora, el trabajo de Unidos y Organizados y la sobrepolitización social. Se pierden precisamente la disputa por la apropiación simbólica y económica del Estado.

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